sábado, 24 de abril de 2010

Fuera gato malvado - Jun- Jeong Choi




Fuera gato malvado

Yun- Jeong Choi

Ilustrado por Heon-Kyung Smi

Editorial Una Luna

(Buenos Aires)

Fuera gato malvado de Yun- Jeon Choi e ilustraciones de Heon-Kyung Smi es un libro que puede ilustrar a grandes y chicos que las matemáticas también pueden ser entretenidas.

En el rincón de un granero, vivían quince ratones. Un manto de nieve se extendía detrás de la ventana, pero dentro del cobertizo todo era tibio y placentero; cada uno comía lo que le venía en gana.

Pero un día, los ratones volvieron de un paseo y hallaron en el granero un gran revoltijo. Y una amenazadora nota del gato de la dueña del granero. Ahora los ratones tenían un gran problema: ¿cómo librarse de la amenaza del gato?

Los gráficos en esta historia ofrecen al niño una oportunidad para repasar esta área del currículo de matemáticas. No sólo aprenderá a relacionar los datos recopilados con el objeto, sino que comenzará a entender cuestiones de predicción y comprensión de hechos, a través de la organización de datos estadísticos y de la probabilidad.

Para lectores a partir de los cinco años.

(c) Barco de papel

El sueño de la reina anchoa - Jin Joo Chun














El sueño de la reina anchoa

Texto: Jin Joo Chun

Ilustraciones: Yang Hye-won

Editorial Una Luna

(Buenos Aires)

El sueño de la reina anchoa es un cuento donde el personaje es una anchoa, que además es reina. La fábula está inspirada en un cuento tradicional coreano.

Un día la reina anchoa tiene un sueño y cuando despierta tiene una gran curiosidad por saber qué significa el sueño. El pez gobio es llevado por el pez plano para encontrar a la reina anchoa.

El pez plano realiza un gran esfuerzo por acompañar al pez gobio, pero en el encuentro con la reina anchoa es desairado dado que el pez plano tiene la mente cerrada y muy mal genio.

La historia que narra este libro tiene moraleja: el pez plano no es tolerante y comete un error al haberse enojado así, no puede dominar su mal carácter.

Las bellísimas ilustraciones acompañan al lector. Es un libro recomendado a partir de los 5 años.

© Barco de papel


Un camaleón - Jong Mi Lee








Un camaleón

Jong Mi Lee

Editorial Una Luna

Un camaleón

Jong Mi Lee

Editorial Una Luna


(Buenos Aires)

Un camaleón es la historia de justamente un camaleón que emprende un viaje por el mundo.

El camaleón va mutando de colores según el lugar donde esté: puede ser la Antártica, el desierto, la montaña y el mar.

Un lindísimo libro para descubrir y reconocer los colores con preciosas ilustraciones del mismo autor del texto: Jong Mi Lee.

Recomendado a partir de los dos años.


(c) Barco de papel

Lecturas: El abuelo ya no duerme en el armario




El abuelo ya no duerme en el armario

Silvia Molina

Ilustrado por Silvana Ávila

Fondo de Cultura Económica

(Buenos Aires)

El abuelo ya no duerme en el armario cuenta la relación de un nieto y su abuelo. Pero no es cualquier abuelo sino uno muy especial: come chocolates a escondidas, saca de la escuela al nieto para llevarlo al zoológico y además cuenta cuentos.

Y cuando el abuelo no está el nieto lo recuerda como un gran abuelo.

Fragmento:

“ -¿A qué vamos al doctor? – pregunté en la calle.

- Qué doctor ni qué doctor ni qué nada, capitán – contestó -. Te voy a dar una clase de zoología al aire libre.

Alquiló dos bicicletas en el parque y allá fuimos: de visita al zoológico en bicicleta. Él por delante y yo atrás, siguiéndolo…”.

Un libro recomendado para los que recién empiezan a leer.

(c) Barco de papel

jueves, 22 de abril de 2010

Blog Similibus - Doctor Carlos Valenzuela

(Buenos Aires)


El Doctor Carlos Valenzuela tiene un blog: "Similibus"http://valenzuelacarlos.blogspot.com/


El Doctor Carlos Valenzuela es Médico egresado de la UBA. Efectuó estudios de posgrado en Clínica Médica en Europa -París, Madrid, Londres- durante dos años y medio. Profesor de Homeopatía Unicista, ha presentado tres trabajos de investigación con el remedio homeopático en la Enfermedad de Chagas. Tiene publicado un libro titulado HOMEPATÍA UNICISTA - Su lugar en la medicina del siglo XXI. Entre otros aspectos, está también interesado en el conocimiento del hinduismo, en particular en todo lo referido a su evolución en los últimos cien años, motivo por el cual ha viajado a la India.


Entre los artículos publicados hay uno dedicado a la infancia y a la homeopatía.


También ha publicado el libro "Homeopatía unicista - Su lugar en la medicina del siglo XXI ".(editorial Dunken) con prólogo de Monseñor Jorge Casaretto, Obispo de San Isidro quien da su testimonio acerca de

tratarse con medicina homeopática con el doctor Carlos Valenzuela:


"...He escrito estas líneas como deuda de gratitud a la homeopatía y a mi homeópata personal, el doctor Valenzuela. Sin duda esta ciencia ha sido muy importante para mi salud y me ha permitido seguir bien activo en la misión que Dios me asignó. Hay un interrogante que siempre me queda sin resolver. Siendo este tratamiento tan personalizado, ¿es factible aplicarlo masivamente en lo social orientando planes de salud para los más pobres? Es verdad que esta respuesta implica determinaciones más amplias, incluso de carácter político, que estamos todavía muy lejos de abordar. Así y todo es bueno pensar en los más pobres con el deseo de que todos puedan beneficiarse de los bienes que uno recibió. Queda la inquietud para algún próximo debate.

Finalmente, deseo a todos los que lean este libro que les ayude, como me ayudó a mí a conocer y valorar más la homeopatía...".


Jorge Casaretto

Obispo de San Isidro


lunes, 19 de abril de 2010

Lecturas: Las travesuras de Naricita









Las travesuras de Naricita

Monteiro Lobato

Prólogo de Cristina Fernández de Kirchner

Traducción de Ramón Prieto

Ilustraciones de Paulo Borges

Editorial Losada

(Buenos Aires)

La editorial Losada lanzó el libro del escritor brasileño Monteiro Lobato Las aventuras de Naricita con prólogo de la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner quien en él declara su fervor de lectora de los libros de este autor durante su niñez.

La edición del libro forma parte del Programa de Apoyo a la Traducción de Obras de la Literatura Brasilera, patrocinado por la Embajada de Brasil en Buenos Aires.

José Benito Monteiro Lobato (1882-1948), fue escritor, periodista, editor, traductor, empresario del hierro y del petróleo. Estudió Derecho, pero más tarde abandonó la profesión para dedicarse a la literatura. Fundó la industria editorial en su país, y se convirtió, con las historias de La quinta del benteveo amarillo, en uno de los mayores autores de literatura infantil y juvenil del Brasil.

El libro incluye: Naricita respingada, La quinta del Benteveo, El marqués de Rabicó, El Matrimonio de Naricita, Las aventuras del Príncipe, El Gato Félix. Todo comienza con una inesperada visita de la nieta de Doña Benita al Reino de las Aguas Claras, y con la llegada de su primo, Perucho, a la quinta del Benteveo amarillo para pasar unas nuevas vacaciones.

Se transcribe ahora el Prólogo de la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner:

Mamá o mi abuelo acostumbraban atender a cuanto vendedor de libros tocaba el timbre de nuestra casa. Eran épocas de ventas en cuotas interminables. Diccionarios en tres tomos, gigantescos y pesados, que apenas con mis seis o siete años alcanzaba a bajar de los estantes para leer, colecciones enteras de todo tipo de enciclopedias, revistas y fascículos de la Biblia, y otros relatos que luego mamá mandaba a encuadernar. La lista sería infinita, como grande la biblioteca que se fue formando en esos años de infancia. Sin embargo, mi memoria registra con absoluta nitidez la llegada a casa de la colección completa de lo que recuerdo como Las travesuras de Naricita y Perucho, de Monteiro Lobato. Su formato de tapas duras, coloradas, con las líneas de los rostros de Naricita y Perucho, en dorado, constituyen un registro visual imborrable.

Más que leerlos, literalmente devoré esos textos que iban de las fantasías más alocadas a la enseñanza de historia, geografía, geología y todo tipo de conocimiento. Emilia, la muñeca de trapo, terca y caprichosa, intrigante y rezongona, pero querible como pocas, convivía con el Vizconde – un marlo de maíz con galera e impertinentes – siempre atinado, serio y responsable. Naricita y Perucho, dos niños fantasiosos, aventureros, inquietos y siempre deseosos de saber más, podrían haber sido uno de nosotros. Doña Benita, la abuela, era una “abuelísima” de gafas y pelo blanco que con la ayuda de la negra Anastasia – la “tía” inefable creadora de Emilia, la muñeca – hacían de la quinta del “Benteveo amarillo”, un lugar en el que todos hubiéramos querido vivir.

Pasada mi niñez pensé que todos esos personajes pasarían a formar parte de los lejanos recuerdos de una infancia feliz de muñecas y libros, de juegos y conocimientos. Sin embargo, la vida, el destino personal o el del país, o ambos en intensa combinación, hicieron que volviera a encontrarlos en dos oportunidades más.

Una fue durante el año 1976. Había transcurrido largo tiempo desde mis lecturas infantiles. En nuestra biblioteca familiar, bajo mi impronta, y luego la de mi hermana Gisele, se habían incorporado otros textos. Junto a Monteiro Lobato, estaban Hernández Arregui, Rodolfo Puigrós, Arturo Jauretche, Scalabrini Ortiz, Marechal, Cooke, Franz Fanon, Walsh, Perón, Galeano, Benedetti, Darcy Ribeiro, Paulo Freire, Sastre, Camus, y tantos otros. Las fantasías habían dado paso a las utopías, las aventuras a la militancia, el conocimiento puro y casi aséptico a otros conocimientos: el del entramado cultural que, al amparo de dictaduras militares recurrentes, sumía en la desinformación y la expoliación a nuestro país y a nuestra Latinoamérica.

Una tarde de febrero de 1976, irrespirable, no sólo por el calor, sino por lo que sucedía – que presagiaba tragedias mayores - , llegué a casa de mamá. Ya no vivía allí, el año anterior me había casado con un compañero de la facultad. La encontré a mi hermana forrando las tapas de los libros cuya sola tenencia, en caso de allanamientos – muy frecuentes en aquellos días – eran el pasaporte directo a la cárcel, en el mejor de los casos. Gisele al mismo tiempo cortaba las primeras páginas de los libros de Naricita y Perucho y los pegaba en los libros de Puiggrós, de Fanon, Walsh o Cooke. “Qué estás haciendo loca?”, le pregunté – siempre amable y diplomática-. Me miró y me dijo: “¿yo, loca?”, loca está mamá que nos quiere quemar todos los libros; te aviso que ya te tiró al pozo ciego todos los “desca” y las “militancia” – El Descamisado y Militancia eran dos semanarios obligados de aquella época -, y siguió forrando tapas “peligrosas” y pegando páginas de los libros de Monteiro Lobato, mientras yo la miraba absorta, sin saber si reír o llorar. No hice ninguna de las dos cosas, me fui a mi casa de City Bell, en las afueras de La Plata, donde vivía con Néstor Kirchner, quien había dejado de ser mi compañero de facultad, para transformarse en mi compañero de vida.

Nunca allanaron la casa de mamá; nunca volví a preguntarle a mi hermana si Naricita y Perucho seguían mezclados con aquellos libros de mi juventud. La mente humana se las arregla para esconder, en algún pliegue lo que no queremos recordar.

Pasaron los años y la dictadura. Néstor fue elegido intendente de su ciudad natal en 1987, y yo, diputada provincial de Santa Cruz en 1989. En 1991 él fue gobernador de la provincia, cargo por el que fue reelegido en los años 1995 y 1999. En el año 2003, fue electo presidente de todos los argentinos. Treinta años exactos después de aquellas lecturas, de aquellos fuegos. Comenzó su presidencia en un país al borde de la disolución económica y social después del default, sin olvidar Malvinas y una generación desaparecida, que había abrevado en aquellos textos queriendo escribir una historia distinta. Desde 1995, fui elegida, en distintas oportunidades, como diputada y senadora nacional, cargo, este último, que ocupaba cuando Néstor asumió como presidente.

Durante el año 2008, tuvo lugar mi tercer encuentro con Naricita y Perucho. Esta vez fue – cosas de la vida – en el Brasil. El Brasil de Monteiro Lobato. Ya no era una niña que leía incansablemente; tampoco era la joven militante peronista del cigarrillo permanente en la mano, que leía y discutía todo el tiempo. Tenía 55 años y era la presidenta de la República Argentina, en visita oficial a la hermana República Federativa del Brasil. Compartía la mesa con Luis Ignacio Lula da Silva, su presidente, y Celso Amorim, su canciller, entre otros. De repente, en la conversación volvieron a aparecer Naricita y Perucho – nunca voy a recordar el motivo - . Celso hace referencia a Monteiro Lobato y entonces le conté acerca de mis lecturas infantiles. No lo podía creer. Eran también sus preferidas. Allí surgió la idea de patrocinar por parte del gobierno del Brasil una nueva edición de las aventuras de Naricita y Perucho, esta vez prologada por mí.

Y aquí estamos. No sé si éste será mi último encuentro con estos niños entrañables; si los hijos de mis hijos leerán libros, o serán definitivamente atrapados por Internet. No lo sé. Espero que no, por ellos: se perderían el placer indescriptible de abrir un libro y no saber qué van a encontrar, a imaginar, a fantasear. Se perderían las sensaciones que provoca atravesar esta vida, construyendo utopías y abriendo caminos, que parecían definitivamente cerrados para nuestro país y nuestro continente. Por eso, espero nuevos encuentros. Por ellos y por nosotros. En definitiva, por todos.

A Naricita y Perucho, a Emilia y el Vizconde; a Anastasia y doña Benita y a todos lo que contribuyeron a alimentar mis sueños y forjar mis Utopías.

Cristina Fernández de Kirchner

Olivos, 20 de febrero de 2010”

Fragmento:

“Un día, después de dar de comer a los peces, Lucía sintió que le pesaban los ojos de sueño. Se recostó en la hierba con la muñeca al lado, mirando correr las nubes que pasaban por el cielo y que iban formando unas veces castillos, otras veces camellos. E iba a dormirse ya, arrullada por el murmullo de las aguas, cuando sintió cosquilleos en el rostro.

Abrió los ojos: un pececito, vestido como una persona, estaba en la punta de su nariz.

¡Sí, señor, vestido de persona! Llevaba una levita roja, galera en la cabeza y un paraguas en la mano. ¡Como un galán! El pececito miraba la nariz de Naricita arrugando la frente, como quien no consigue comprender nada de lo que ve.

La niña contuvo el aliento por temor de asustarlo, y permaneció así hasta que sintió cosquillas en la frente. Miró con el rabillo de un ojo. Vio que un escarabajo se había posado allí. Pero un escarabajo vestido como la gente, con un levitón negro, anteojos y bastón…”.


(c) Araceli Otamendi - Barco de papel

domingo, 18 de abril de 2010

Los juguetes de Joaquín Torres García





Apuntes sobre Arte: Los juguetes de Joaquín Torres García

(Buenos Aires) Araceli Otamendi

En oportunidad de realizarse la muestra Aladdin. Juguetes transformables de Joaquín Torres García en el Malba (año 2007) pude ver un exquisito conjunto de juguetes de madera realizados por el artista.

Aladdin. Juguetes transformables, producida por el Museo Torres García de Montevideo, Uruguay. Curada por Jimena Perera y Alejandro Díaz, la muestra reúne un conjunto de juguetes en madera pintada, bocetos, documentos de época y un pequeño teatro, con escenografías, que el artista creó para narrar historias a sus propios hijos.

Además de ser un artista rigurosamente formado y orientador seguro en la disciplina del dibujo, Joaquín Torres García (Montevideo, 1874-1949) concretó en el diseño una de las bases definitorias de su Arte constructivo que se expresa también en sus publicaciones y en la realización de su Monumento cósmico para el Parque Rodó de Montevideo.



La creación de juguetes constituye uno de los capítulos más interesantes en la vida del artista uruguayo, artista clave de vanguardia latinoamericana e internacional, que además, se desempeñó como teórico y pedagogo buscando establecer un diálogo entre el arte y la infancia a través de formas, líneas, colores y movimiento.

Así como el pedagogo italiano Francesco Tonucci aconsejó no hace mucho tiempo en Buenos Aires: "los mejores juguetes para los niños son veinticinco kilos de barro"(1) Joaquín Torres García creía que los juguetes debían estimular la creatividad de los niños: "Voy a meter toda mi pintura en los juguetes; lo que hacen los niños me interesa más que nada; voy a jugar con ellos", afirmaba.

En oposición al juguete típico, frágil y antihigiénico, el artista uruguayo creó objetos de material noble y natural como la madera, desarmables y adaptables, que sirvieran a la necesidad didáctica de investigación psicológica y motriz del niño.

Torres García emprendió la producción de juguetes en Barcelona en 1918, donde constituyó la Sociedad del Juguete Desmontable junto a Francisco Ramblá, fabricante e industrial catalán. Allí realizó varias exposiciones de juguete y presentó la patente de su "invención para un sistema de balancines para movimientos oscilantes y de traslación", que genera el avance de los caballitos de balancines.

El juego como interpretación de lo real

El enfoque que expone Chateau: "...Se centra en el juego como actividad en la que el niño aprende y ejerce la interpretación de la representación del mundo. El autor se aproxima al juego como proceso de semiosis. Primero en la acción, luego en el gesto y finalmente en la palabra se van instaurando respectivamente los significados. El palo de escoba es lanza, fusil, caballo, etc. y en esta polivalencia del signo reside la capacidad de ir transfiriendo un significado a un comportamiento distinto cada vez, más fino e internalizado. Considera, además, que con el desarrollo del juego reglado, el niño aprende que la regulación del comportamiento posibilita el compartir y adquirir responsabilidad sobre la convención social. Pero también toma conciencia acerca de que las reglas son censuras, límites por lo que deberá controlar su voluntad en la relación con el grupo y el líder. (2).

© Araceli Otamendi

Bibliografía:

(1) Francesco Tonucci en Buenos Aires - nota de Araceli Otamendi, publicada en Archivos del Sur .

(2) Los secretos del juguete, Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento Latinoamericano

Imágenes de Joaquín Torres García, muestra Aladdin. Juguetes transformables en el Malba.

viernes, 16 de abril de 2010

Después de la lluvia - Ruth Pérez Aguirre




Después de la lluvia


Antes de que la mamá de Carolina saliera a visitar a una amiga, pidió a su hijo mayor que dejara de escuchar música y saliera de su cuarto a cuidar de la hermana quien, en ese momento, parecía estar muy ocupada haciendo la tarea en la mesa del comedor. En cuanto Carolina la vio cerrar la puerta, hizo a un lado los libros y cuadernos, y soltó el lápiz para correr hacia la ventana a mirar lo que sucedía en el jardín. El hermano no se movió de su lugar sin preocuparse de nada más.

Comenzó a llover y la niña se entretuvo dibujando y borrando líneas, letras y números con los dedos, empañando el vidrio con el aliento. La lluvia arreció y fue cuando vio a Fito, su vecino y amigo de juegos, salir con toda tranquilidad llevando una pelota y una tabla de esquiar. Después de observar durante un rato qué tan divertido jugaba bajo la lluvia, Carolina olvidó la recomendación de no salir a jugar hasta que la mamá volviera; no quiso esperar más y decidió acompañarlo. Fue a su cuarto a buscar unas muñecas que hacía mucho no se bañaban, una cuerda para saltar, la pelota inflable y un pañuelo que ató a su cuello, para no resfriarse.

Si el hermano hubiera bajado el volumen a la música, habría escuchado las risas y gritos de algarabía de los dos niños, a cual más inquietos, que jugaban como si el sol estuviera brillando esa tarde. La travesura llevaba ya más de una hora cuando la señora volvió a casa y encuentra a la hija hecha una sopa, de tan mojada que estaba, y sin zapatos; pero eso sí, con sus tobilleras bien puestas. Jugaba a resbalarse en el pasto, sentada en la tabla de esquiar de Fito, que, contento, la empujaba a todo lo largo y ancho del jardín.

¡Fito, Carolina!, ¿qué están haciendo? Vayan cada uno a su casa antes de que pesquen un resfriado –dijo muy molesta mientras tomaba de la mano a su hija y la cubría con la sombrilla. Con paso rápido entraron a la casa.

--¡Carolina, mira cómo te has puesto! Ve a bañarte. Te dije que no jugaras afuera; ahora ya no podrás salir de tu cuarto por el resto del día.

Cuando salió del baño, su mamá la estaba esperando con una espumeante taza de chocolate caliente que le hizo recuperar el calor del cuerpo, pues estaba tan fría como cualquier rana de un estanque.

--Mhhh, gracias mamita, está delicioso –dijo antes de darle un beso para despedirse de ella.

Carolina aún tenía el bigote de chocolate, bien dibujado en el rostro, cuando siguió recordando muy divertida aquella travesura, y de cuánto la había disfrutado. Nunca le permitían salir a mojarse bajo la lluvia, en cambio los padres de Fito le dejaban hacer lo que se le ocurriera, así se tratara de empaparse con la manguera o quedarse a dormir en el jardín, en la casa de campaña del hermano, y comiendo galletas sin parar.

Recostada en la cama, tomó un libro de cuentos y lo leyó hasta que el sueño cerró sus ojos. A la mañana siguiente, la mamá fue a despertarla para ir a misa. Carolina se quedó un rato más, abrazada a la almohada; sin embargo sabía muy bien que no podía hacerse esperar, era una costumbre familiar. Al recordar el enojo de su mamá la tarde anterior, hizo que se levantara de un salto. Fue hasta la puerta para avisarle.

“¡Ya me levanté, mamita!”.

La niña quedó sorprendida al no escucharse decir eso. Lo intentó otra vez pero ahora gritando más fuerte:

¡“Ya me levantéééééé, mamitaaaaaa”!, pero las palabras no salieron de su garganta. Corrió hasta el espejo y, cuando estuvo enfrente, abrió la boca muy grande para ver si veía su voz, pero no vio nada. Movía la lengua de un lado a otro para ver dónde se había escondido; se jaló los labios cuanto pudo poniendo una cara horrible y… nada, al parecer la voz se había ido. Con la punta de la lengua se rascó el paladar haciendo como si fuera a llamar a las gallinas… pero sólo logró hacerse cosquillas porque tampoco funcionó. Fue al armario y buscó por todas partes, entre sus vestidos y zapatos. Ahí encontró algunas muñecas viejas que ya no usaba porque no tenían ropa, y les preguntó si habían visto a su voz.

--No hemos oído ni visto nada, Carolina, ¿no ves que todavía estamos durmiendo? –le respondieron con una voz adormilada y cerrando enseguida los ojos.

Entonces fue a buscar en los cajones de la cómoda, uno por uno, abriendo y cerrándolos varias veces, haciendo un desorden tal que con seguridad le merecería otro regaño… pero la voz tampoco estuvo ahí. Miró debajo de la cama donde todas las noches llega un ratoncito imaginario que la cuidaba, pero este, al verse descubierto por la niña, salió chillando con su peculiar iiiiii iiiiii y más iiiiii. Entonces la niña se dirigió a la caja de los juguetes a sacar cuanta cosa tocaran sus manos: ositos de peluche, muñecas, pelotas, vestiditos, perros y gatos de tela, marionetas, matatenas, casitas… y a todos preguntó lo mismo en el idioma que hablan los juguetes:

--¿Quién vio mi voz? –pero nadie en la caja sabía nada.

De pronto se acordó de Orol, el loro de la casa, y así en pijama y sin zapatos como estaba, bajó corriendo las escaleras hasta llegar al pasillo donde se encontraba la jaula.

--¡Orol, Orol!, seguro tú tienes mi voz, ¿verdad? –le dijo sin abrir la boca siquiera.

--No te-tengo nada tu-tuyo, Caro-Carolina, deja de mo-molestarme –contestó tapándose el pico con un ala.

--Sí, tú la tienes, por eso te escondes. A ver, si es verdad lo que dices, deja de temblar para que te revise el pico –dijo tratando de abrirlo, pero Orol daba aleteos a diestra y siniestra y las plumas volaban hacia los ojos de la niña.

Carolina no vio nada, sólo la pequeña lengua de loro que parecía una semilla. Sin saber que hacer fue a la cocina donde su papá, su mamá y el hermano platicaban animadamente. Trató de decir algo pero su voz no salió. Su familia se extrañó porque siendo más parlanchina que Orol, no la escucharon decir una sola palabra durante el desayuno.

Comió cuanto le sirvieron, y además lo que había sobrado, quería ver si de esa manera recobraba las energías para que la voz regresara de nuevo a su garganta. Cuando terminó, aún no pudo hablar. Desesperada, subió al cuarto y trajo un pequeño pizarrón y unos plumones para escribir:

“Mamá, papá, ermano no puedo ablar, no sé dónde está mi voz o qué le aya pasado, creo que se fue lejos de mí, tal ves para siempre”.

A todos les pareció divertida su ocurrencia. La mamá fue de inmediato a buscar una pomada que le frotó en el pecho. Entonces la niña escribió en el pizarrón: “¡guele espantoza!”. El hermano le trajo un abrigo y el papá fue por el jarabe para que lo tomara. La mamá aprovechó a decirle:

--Ay, Carolina, eso le pasa a las niñas desobedientes cuando no hacen caso y se mojan: tal vez tu voz decidió irse a la garganta de otra que sí cumpla con lo que se le pide. Si al rato no aparece, todos te ayudaremos a encontrarla.

Carolina estaba muy asustada, aún más porque le dijeron que tendría que tomar por varios días ese horrible jarabe que “save a ranas y zapos”, según escribió en el pizarrón.

Durante la misa no pudo cantar ni decir nada. Por la tarde, toda la familia fue al cine, pero la niña ni siquiera escuchó su propia risa.

“¡Estoy cansada de todo esto!” –dijo sin que nadie se enterara. “Nunca más volveré a mojarme sin permiso”.

También pensó en aquel jarabe de sabor tan feo que olía a gusanos y lombrices podridos, según dijo sacando la lengua con ganas de vomitar. Además se dio cuenta que era muy aburrido no poder hablar con nadie ni expresar lo que sentía.

…Pero a todo esto, ¿dónde se encontraba la voz?, ¿dónde la había perdido? Pues nada, la voz estaba en esos momentos durmiendo muy tranquila en la cama de Carolina; se había quedado bajo las sábanas, tapada hasta el cuello, y como era tan cristalina la niña no pudo verla cuando se levantó. La voz se sentía muy resfriada, le había hecho mal la mojada de la tarde anterior y de nada había servido que la niña trajera puestos el pañuelo y las tobilleras cuando se quitó los zapatos. Por lo tanto se quedó a reposar todo el domingo; quería estar lista el lunes y volver juntas a la escuela.

Al encontrarla, la alegría de Carolina fue tan grande que comprendió que debía cuidarla y respetarla. A partir de entonces disfrutaron de escuchar, con toda claridad, la alegre voz de la niña cuando reía y jugaba en el jardín.


(c) Ruth Pérez Aguirre


México


imagen: Alicia Carletti, Juego de cartas, (de la muestra ¿Quién lo soñó? en Galería Holz)

martes, 13 de abril de 2010

Cuento: Juan y el perro - Mirta Soler










Juan y el perro

...¡Pintaron las paredes! exclamó Juan. ¿Qué habrá pasado?

Nadie pudo contestarle la pregunta.

¡Señor! ¡Señor! palabras que emergen de algún lugar de la calle los sorprenden.


Juan pudo encontrar la vocecita que lo llamaba.

¿Busca a mi papá? preguntó el niño.

Esta es mi casa! ¿Le gusta? .. Mi papá pintó las paredes amarillas porque le gustó el color... y también tenemos gallinas en el fondo, en el gallinero, ¿quiere verlas? , Mi papá las trajo el otro día y ... los perros, es que la picha tuvo cuatro cachorritos, ¿quiere verlos ?

Juan se quedó inmóvil, por la sorpresa y tantas palabras.

Es que pasaba por aquí, y me quedé mirando tu casa. Sí tu casa amarilla... porque yo cuanto era pequeño... con mis hermanos…

El niño lo observa e interrumpe.

- No, yo vivo aquí con mis hermanos, pero ahora no están, se fueron a la casa de la abuela, por que mi mamá ahora no está...

-Bueno, pero yo te quiero contar que cuando yo era niño, vivía en esta casa con mi madre.

-¿Y donde está tu mamá?.... por que mi mamá, se enojó con mi papa... y un día se fue... pero después volvió porque “yo y mis hermanos estábamos tristes”, llorábamos, y mi papá le dijo que se quedara, porque la perdonó.

-Bueno vamos a tratar de entendernos, yo vivía en esta casa cuando era niño con mi mamá y mi papá...

Ah, bueno, ya te entendí, pero yo te quiero contar que mi papá se enojó con mi mamá, entonces mi mamá se juntó todas sus cosas, y se quería llevar la mesa, pero mi papá no la dejó, le dijo que se podía quedar, porque la perdonó y nosotros ahora ya no estamos más tristes...

Juan, ya no sabia como explicarle que él vivió en ésta casa y decide preguntarle por los perros

Y bueno ahora ¿me puedes mostrar los perros?

¡Si! ¡Si! Le dijo el niño, y lo hizo pasar, Ves esta es la pica, y tiene todos estos perritos... y mi papá me dijo que los tenemos que regalar porque no tenemos para darle de comer y a mí me da lástima, pero es que si se quedan los perritos, no tendremos comida para nosotros.

Juan ante tal situación estaba muy conmovido quería recordar a sus tiempos de niñez y el niño lo aturdía con tantas urgencias.

Te vas a poder llevar alguno de estos perritos... éste que tiene la manchita, marrón en la cabeza, o este que tiene la colita negra, este mira que lindo, que cara de bueno, mira los ojitos qué lindo, parece que te quieren, ¿cuál te vas a llevar?

¿Dónde está tu papá? – preguntó al niño...

Allá lejos, se fue temprano, porque tenia que pintar una casa verde, y el señor le paga... pero la tiene que terminar porque pinta, pinta todas las casas, Sabías ¡porque las casas estaban todas tristes, y él le puso colores a todas, ves aquella azul, aquella violeta, esa de color rosa, bueno mi papá las pintó a todas y ahora ya no están más tristes

Y.... no tengo más ganas de contarte, ahora te llevas ese perrito, porque mi papá me dijo que los regale, y te voy a regalar el de la colita negra.

Juan, tomó en sus brazos al perrito, se alejó pensando en todo lo que le había dicho el niño, pero lo que nunca pudo encontrar fue el color de la casita que él buscaba , la casita de su niñez, y al final de camino pudo ver en los ojos del niño , los momentos de su vida corriendo por esas misma calle con muchos perros y muchos sueños y en los ojos vidriosos del cachorro descubrió que ya no tenia motivos para estar triste .

(c) Mirta Soler


General Lamadrid


Provincia de Buenos Aires


Argentina


imagen: Alfredo Volpi, Fachada con reloj, (de la muestra de Alfredo Volpi en el Malba)

Muestra Seres de la diminuta inmensidad



















(Trinidad/Cuba)

Fotografías de Yudit Vidal Faife - Muestra Seres de la diminuta inmensidad

Seres de la Diminuta inmensidad








(Trinidad/Cuba)


Bajo el nombre de "Seres de la Diminuta inmensidad", la muestra consta de 12 obras de la artista, inspiradas en las pinturas de los niños, 19 pinturas realizadas por los propios niños y 7 instalaciones de casi 3 metros realizadas entre la artista y los pequeños en la técnica del Papier maché que a su vez se enseñó a los infantes.



La exposición ha sido el fruto de un proyecto que durante 6 meses se viene gestando en Trinidad en el círculo infantil Clodomira Acosta, único enclavado en el centro Histórico de la ciudad.

Este proyecto ha tenido como objetivo fundamental :

Utilizar el proceso de creación como un medio de enseñanza propicio para corregir determinados rasgos negativos en el desarrollo del infante e incentivar el acto de la creación como necesidad de expresión gestual-espiritual del ser humano.

La propuesta expositiva que traemos a consideración del público, constituye un logro dentro de uno de los preceptos básicos de la Oficina del Conservador de la Ciudad de Trinidad, educar a todos, en pos de fomentar una conciencia sensibilizada artísticamente con vistas a la protección de nuestro patrimonio cultural.


(c) Yudit Vidal Faife

viernes, 9 de abril de 2010

Cuento: El verdadero Tunchi










EL VERDADERO TUNCHI

En noches de luna llena, hay que andar acompañados, porque se dice que en esas fechas es cuando se abre una puerta invisible y de ella emergen seres muy extraños, uno de esos extraños seres, fiero y maligno; se llama Tunchi. El Tunchi tiene un aspecto terrible y provoca mucho pánico entre los que lo ven.

Éste corre más que el viento y su rostro toma la figura más caprichosa, una que jamás hayas podido ver. A veces puede parecerse a cualquier persona que tú conozcas: un familiar cercano, o un amigo muy querido por ti, porque éste conoce sabiamente transformarse en lo que desea. Sus ojos son rojos como la sangre y se parecen al de la temible lamparilla y si estás solo, es muy probable que te aborde con engaños y te logre convencer, por eso, en noches de luna llena, hay que andar con mucho cuidado. Algunos dicen que si le llamas por su nombre... Tunchi, Tunchi, viene y te concede todos tus caprichos, pero debes ser varón, porque a las mujeres les teme mucho. Porque ellas lo pueden descubrir pronto y pescarle su engaño. No tiene pies de cabra ni de gallo como dicen todos; y aunque se cuenta mucho sobre él, sólo yo, que lo he visto en persona, puedo dar fe que el verdadero Tunchi no es como lo pintan. Éste sabe cantar y encantar como los bufeos y sirenas. Hay quienes narran historias similares al de Ulises, por eso son mágicos y te hechizan pronto si tú eres varón. Para tenerlo de amigo, y sobre todo, para verlo de cerca hay que ser perversos como él.

Aquella noche en que mi hermana Mabel, cumplía nueve años, mi madre había preparado un pan gigante, al que en la selva y en la sierra del Perú, llaman “wawa”, que quiere decir bebé.

Después de una sencilla merienda mi madre nos dijo que hoy dormiríamos más temprano que de costumbre, nosotros no sabíamos porqué debíamos hacerlo. Antes de ir a la cama y dormir, yo había salido a la huerta a orinar, porque en casa no era posible tener todas las comodidades, como sí lo tenían mis otros vecinos, porque mis padres eran chacareros y apenas podían con sus ocho hijos, que éramos nosotros.

Casi al llegar al árbol de anona, oí un canto, al que no di la menor importancia y después de haber terminado de orinar, en el mismo instante en que levantaba la bragueta de mi pantalón, para emprender retirada. Oí algo extraño, no era un canto sino una voz, por ahora casi irreconocible; pero en cuanto me asomé al árbol de guanábana -el que se hallaba atiborrado de hermosos frutos y avisté que en medio de copiosas hojas, se asomaba un rostro. Parecía la de mi tío Julián. Inicialmente pensé que fuese aquél, pero, mi tío está en el norte; desde hace más de 2 años y ¿Entonces quién es éste? –me dije- y continué mirándolo…

Hola, ¿acaso te has olvidado de mi?-

Perdona, pero ¿Quién es usted? –le dije-. Entre conmovido y temeroso, aunque aquello no se lo demostrara.

Aquél ser volvió a hablarme, y continuó apostado en la copa del árbol, sin mostrar el menor indicio de moverse. Y como estaba muy alto, supuse que podría ser una visión, porque no creía que alguien con ese peso pudiera permanecer en la débil copa de un árbol, y sin ninguna necesidad ¿Para qué? –me dije- y a pesar de mis dudas continué de pie, y éste continuó preguntándome una y otra cosa.

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Casi todo el tiempo le mostré ecuanimidad, no debía mostrarle mi temor por hablar con desconocidos. Aunque en el fondo de mi ser, mi alma se encrespaba y deseaba arrojar todo lo que había ingerido, pues mi espanto era total. Mi rostro de seguro que no era el mismo. No sé si lo notara, aquel hombrecito, que yo estaba ya al borde de la locura. Y entre tantas otras, me dijo que deseaba entregarme sus poderes. Allí sí que la situación se puso color de hormiga. ¿Qué poderes me podría dar alguien así?

— Mira, ¿sólo quiero que me digas, cuántos hermanos tienes? Yo le respondí que ¿para qué lo quería saber?, a sabiendas que mi temor iba en aumento, mis venas se dilataban y estaba a punto de reventar, como si fuera un balón de gas…

El raro personaje quedó en silencio, en uno que podría oírse sólo el zumbido de zancudos y después de unos minutos en que el silencio fue evidente. Me armé de valor, mientras aquel extraño personaje bajó del árbol. Al parecer deseaba entablar una buena comunicación conmigo. Ya casi al llegar al pie del árbol, su cuerpo fue tomando una rara coloración fosforescente de donde emanaba un olor nauseabundo; ya no era más humana. Ahora parecía ser un águila dispuesto a extirparme la entraña y los ojos. Mi corazón se aceleró a tal punto que parecía que iba a expulsarse por mi boca. Mi ritmo cardíaco no era ya el mío, sino el de una fiera en plena persecución de su presa. Y casi al borde de esa paranoia, debía mostrarle serenidad y creo que eso fue lo que le agradó, aunque, estaba seguro si éste supiera mi horror, yo habría muerto fulminado como por un rayo. Y allí se acercó y me tomó del hombro y dijo:

— Oye, sabes, ¡Me encanta ser tu amigo…! -me dijo con voz muy pausada. Aquello me devolvió la vida, a pesar de todo… estaba alerta, no podía bajar la guardia, no ahora. Y respondí, pasándome saliva.

— ¿Mi amigo?, pero si recién acabo de conocerte…

— Por eso, precisamente por eso y para muestra, que a partir de ahora seremos amigos. Te ofrezco este presente…-dijo- y ante mi asombro, mis ojos vieron algo muy extraño. Aquel hizo aparecer en medio de la densa vegetación, un hermoso castillo, como el de las épocas medievales. Yo lo sabía por historia, porque la maestra nos había mostrado en la escuela, inmensas gráficas con esos detalles...

No tuve fuerzas para continuar hablando. Al verme en silencio, hizo un nuevo movimiento de ojos y apareció una hermosa residencia, un palacio, diría yo. Sólo el de Dubai podría ser igual. Mi madre nos decía siempre que “no todo lo que brilla es oro”, por eso no creí en su ofrecimiento y me limité a observar sin verter palabra alguna, ante todo aquello que ese extraño visitante me iba mostrando, como en una pequeña filmina. Cansado de tantas apariciones y al ver mi indiferencia; acotó:

No entiendo, ¿Cómo es posible que no aceptes mis regalos, si estos son los más exquisitos?

Yo no di respuesta a su interrogante. Le ofrecí mi mano en señal de amistad y me retiré. Al llegar a casa ya todos estaban durmiendo. Al parecer sólo me había tardado unos minutos y como éramos varios hermanos nadie se fijó que uno de los nuestros faltara en la cama.

Entré con mucho sigilo a recostarme. Compartía la cama con mi pequeño hermano al que lo llamaban Benjacho. A partir de la fecha, las visitas y charlas con este extraño ser, son más constantes, por eso es que yo sé cómo es el verdadero Tunchi, no te recomiendo que te acerques a él; no vaya a ser que se enfurezca.

Fin

(c) Gloria Dávila Espinoza*

Cuento extraído del libro: Sajra Wayín

Arte: Pescador lunático

Yudit Vidal Faife

Artista plástica cubana

From the series Entidades míticas (Mythical entities).
Mixed media/cardboard, 28 x 20 in (72x51 cm)

Gloria Dávila Espinoza es una escritora peruana, de Huánuco, Perú


Este cuento también se puede leer en la revista:


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