domingo, 20 de febrero de 2011

El rey embrujado















Había una vez un rey que de tan enojado parecía embrujado.
¿Estás enojado le preguntaban? Sí, decía el rey, porque no funciona la televisión. Pero si todavía no se ha inventado, le dijo el mago que vivía en el palacio. Entonces inventála ¿para qué sos mago? Y el mago inventó la televisión. Y el rey miró televisión durante unas horas hasta que se aburrió. En el palacio había una fiesta y el rey le pidió al mago que hiciera el truco del conejo y la galera. El mago preparó entonces el truco: buscó una mesa, una tela negra, una varita mágica, una galera, pero el conejo no estaba por ninguna parte. Ya sé pensó el mago, haré aparecer una flor, una azucena bien blanca y se la ofreceré al rey. Entonces, en el salón del palacio repleto de gente el mago hizo el truco: cubrió la galera con un pañuelo rojo, después con uno azul, le agregó un pañuelo amarillo, y otro verde y uno turquesa. Después tocó tres veces la galera con la varita mágica: y apareció una flor tan fresca que parecía recién cortada y se la dio al rey. Pero al rey no le gustó porque esperaba un conejo. El mago fue despedido esa misma noche y no pudo volver al palacio. Entonces llamaron al hechicero y le pidieron que hiciera algunos trucos de magia, para probarlo. Le dijeron: queremos que transformes esta flor en un conejo. El hechicero miró al rey y a las demás personas que estaban en la corte, pronunció unas palabras mágicas y el conejo apareció. Pero eso tampoco conformó al rey que permanecía enojado. El hechicero se ofreció a hacer otros trucos, por ejemplo, de la misma galera que había sacado el conejo el hechicero sacó fruta silvestre. Pero nada conformaba al rey. El hechicero cansado de tanto hacer trucos que no conformaban al rey partió a la mañana siguiente del palacio. Empezó a llover entonces durante días y noches sin parar. Llovía y llovía de una manera tan terrible, era una lluvia intensa, pertinaz, el campo verde se habia cubierto de agua y en lugar de caminar se utilizaban botes para ir de un lugar a otro. El rey seguía enojado y mandó a llamar al bufón. Y el bufón miró al rey y le dijo:


la lluvia inmensa llega a las puertas del palacio
haz que venga un duende que seque las aguas y desaparezcan

Y entonces el rey envió a un mensajero al bosque a buscar un duende para que se ocupara de secar las aguas. El mensajero fue entonces a buscar al duende que secaba las aguas. Y el duende llamó entonces a los demás duendes del bosque para construir canaletas por donde las aguas podrían escurrirse y así secar el campo. Entre todos los duendes hicieron muchas canaletas y el agua corrió directamente hacia el mar.
Entonces el rey sonrió por primera vez en mucho tiempo, parecía que el rey no estaba más enojado, que el embrujo se había terminado y quiso que el duende se quedara a vivir en el palacio pero el duende ya había regresado a su casa entre los árboles del bosque.
El bufón le sugirió entonces al rey que fuera a visitar al duende a su casa. El rey pensó que no correspondía que el hiciera una visita a la casa del duende en el bosque, ¿dónde viviría? ¿cómo viviría un duende? ¿Podría pasar él por la puerta? El rey dudaba. Sin embargo, el recuerdo de las aguas bajando por las canaletas, escurriéndose a través del campo, desembocando en el mar pudo más que las dudas. Se cambió, subió al caballo ensillado y se fue galopando hasta el bosque. Durante un rato se desorientó. Sería difícil andar buscando la casa del duende. ¿A quién podría preguntar? Y cuando pensó esto apareció un pájaro blanco volando insistentemente cerca de él, y el rey lo tomó como un presagio y lo siguió. El pájaro condujo al rey a través del bosque hasta un árbol enorme. Tenía más de cien metros de altura. Miró hacia la copa del árbol. Tal vez la casa estuviera ahí. ¿Cómo comunicarse con el duende? Se le ocurrió escribirle un mensaje. Tomó una hoja seca que había en el suelo y con una pluma le escribió una carta al duende diciéndole que lo quería ver. Cuando el rey terminó de escribir la carta un pájaro blanco levantó la hoja en su pico y la llevó directamente hasta la casa de los duendes del bosque.
Uno de los duendes de la casita leyó la carta en voz alta: el rey quería hablar con el duende que había estado en el palacio. Entre todos los duendes decidieron invitar al rey a la casita del bosque y así lo hicieron por intermedio del pájaro que llevó el mensaje de ellos hasta el rey. Le habían escrito una carta en una hoja seca y doblada adentro de la cáscara de una nuez. El pájaro entregó la carta al rey y éste se entusiasmó: iría a la casa de estos personajes por primera vez. El pájaro señaló el camino adentro del bosque. Cuando llegaron al árbol altísimo, se abrió la puerta mágica en el tronco y el rey pasó por ahí. La puerta volvió a cerrarse detrás del rey. El tronco estaba alumbrado por luciérnagas y el rey pudo ver el camino: tenía que subir una escalera que iba por dentro del árbol. Y mientras iba subiendo veía a algunos duendes regando pequeñas plantas y flores, bañando luciérnagas, vistiendo mariposas. Y escuchó una música muy parecida al sonido de los pájaros del bosque en la primavera. Subió y subió muchos escalones. Cuando el rey llegó a lo más alto de la escalera se encontró en la copa del árbol. Estaba lleno de hojas y flores. Los demás árboles del bosque eran más pequeños. Miró hacia arriba, vio el cielo azul límpido. Algunas nubes con forma de caballos pasaban cercanas. Le pareció mentira estar ahí, tan cerca y a la vez tan lejos del palacio. Quería quedarse ahí para siempre. Y cuando pensó esto apareció el duende, casi del tamaño de la mano del rey.
El duende le mostró la nueva mariposa que había nacido hacía instantes y el rey admiró los colores azules y violetas brillantes como seda que el insecto lucía en las alas. Podrás quedarte cuanto tiempo quieras dijo el duende, todas las veces que quieras venir aquí serás bien recibido.
El duende dejó volar la mariposa que agitó las alas delante del rey y desapareció de su vista en instantes. El rey decidió entonces volver al palacio. Podría volver a ese refugio cuantas veces quisiera, era amigo de los duendes, comprendía su lenguaje.

(c) Araceli Otamendi - Barco de papel

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