“Platero es pequeño, peludo y suave, tan blando por fuera que se diría
todo de algodón”
Juan Ramón Jiménez
Dicen que soy el
último canguro, sobreviviente de una especie extinguida. ¿Cómo llegué aquí
vivo? No sé, además con las facultades de leer y escribir. Antes masticaba
hierba y era un marsupial. Ahora escribo, después de la masacre, ahora escribo.
Primero fue la
ley que autorizó a matar a los canguros por cantidades racionales, antes de que
nos transformáramos en una plaga. Un tiro en la cabeza y caímos muertos.
Por lo general,
los francotiradores evitaban hacerlo cerca de las piscinas, dicen que el color
rojo en el agua era feo y arruinaba el . paisaje.
Algunos
quisieron vendernos como carne de caza para el restaurant. No éramos lo
suficientemente exóticos. Demasiado domésticos. Saltando en los jardines con la
cría a cuestas, en la bolsa, después de matarnos , hubiera sido mucho.
Es cierto que
parecía un complot. Nos reproducimos a un ritmo vertiginoso. A muchas
personas -si es que pueden llamarse así
– les parecía tierno el espectáculo de un canguro madre con el bebé a cuestas.
Pero todo tiene un límite, decían. Todo y nosotros, los canguros, no fuimos la
excepción. Dicen, porque alguien siempre dice, que yo era pequeño, peludo y
suave como Platero. Después me hice grande, tomaba mucha agua, vaciaba piletas.
Entonces empezó la persecución.
¿Por qué quedé
yo? Además con las facultades de leer y escribir.
Primero,
presumo, porque vivía en un bosque, donde había aborígenes. Ahí aprendí mucho
de ellos. Dibujar con cortezas, por ejemplo. Ellos me enseñaron el arte del
dibujo y también de leer y escribir.
¿Cómo sabían? No lo sé, pero nos comunicábamos bien.
El jefe decía
que yo le traía suerte y debía acompañarlo a todos lados, hasta el pueblo más
cercano. Ahí compraba cosas, las cambiaba por hilos, tejidos, cosas que hacían
ellos, los aborígenes, no se daban cuenta, eso me parecía a mí, de lo que iba a
venir.
Ahí vi que las
personas estaban locas, corrían, viajaban en artefactos extraños, a velocidades
increíbles. Vivían atascados en congestionamientos de tránsito. De noche, al llegar a sus casas
estaban exhaustos. Miraban un cuadrado luminoso donde otras personas, sin mirarlos, vivían una vida
distinta, llena de colores, a veces. Otras, en blanco y negro. Los
espectadores, después, imitaban a los de la pantalla, corrían más para vivir
como los otros, los del otro lado. Vivían vidas artificiales, encerrados,
compraban, compraban, para parecerse a ellos, los otros, los de adentro de la
caja.
Después de ver
eso yo prefería el bosque. Tal vez me hice un poco salvaje. Dormir bajo las
estrellas, sobre el pasto tiene su encanto. Soñaba con praderas verdes, con
árboles llenos de hojas, con cielos azules, con lagos de agua dulce y
cristalina. ¿Era demasiado pedir?
Lo horroroso
ocurría los fines de semana, cuando las personas llegan. Entonces lo cubrían todo
con los autos, los papeles, los manteles sobre el pasto, las botellas de
plástico.
¿Por qué me hice
canguro y escritor? No lo sé, me vino dado, fue mi destino. Alguien debía
contar la catástrofe.
© Araceli
Otamendi